lunes, 21 de diciembre de 2015

Películas favoritas: cuando el rollo se escuchaba en la octava con 28

Palabras de John Harold Giraldo, para presnetar el libro "Pleículas Favoritas", el 9 de diciembre de 2015, en la Biblioteca Pública Municipal Ramón Correa Mejía.

“En el mundo de los teatros de Cine, los antiguos proyeccionistas tenían una forma contundente para catalogar películas y espectadores, ellos decían: “en el horario de tres pm hay que ver el cine solo, a las seis acompañado, y, a las nueve pm hay que verlo ¡muy bien acompañado!”. De esta forma, cuando les llegaba la copia de la película que iban a proyectar, y después de darle una rápida e íntima mirada al afiche y a los fotogramas de la cinta, se atrevían a vaticinar cuál sería el horario de mayor éxito para el filme en cuestión”.
Del libro Mis películas favoritas

Por: John Harold Giraldo Herrera

Cuando terminé de leer el libro de Jaime Andrés Ballesteros, tuve de inmediato una especie de peste conservadora: no era la de creerme un zombi, ni la de estar poseído por alguna enfermedad pegajosa, sino que me invadía la nostalgia y tuve la idea de que me habían pasado muchos años. Bueno no es una idea, en realidad el tiempo transcurre tan puntual que ya ni lo notamos. El cine para la ciudad de Pereira, se ha convertido en un acompañante de quienes padecemos de cinefilia. Y al tiempo es un gran ojo para conectarnos con el mundo global. En Pereira, unos extraños jóvenes, con ideas libertarias y prodigiosas, tuvieron la idea de rendirle tributo a uno de esos escritores únicos en su especie, que filosofan con historias, y que rumian cerebros con la palabra, un fatigador de laberintos y diversas parábolas, un teólogo de la ficción, como lo definiera el investigador y profesor Alberto Verón. Ese mismo, con un nombre sonoro y que al nombrarlo cubre el ambiente con ciertos enigmas: Jorge Luis Borges. Tan de la cultura universal como de la latinoamericana, tan del lunfardo como de los relojes ingleses. En fin, Cine Club Borges hizo que el rollo del séptimo arte, tuviera una cueva platónica donde los sueños se fabrican, idealizan y se pervierten.



Entonces, el libro Mis películas favoritas ganador de la convocatoria de Estímulo 2015 del Instituto de Cultura y fomento al turismo de la ciudad de Pereira, es un recuento de cómo barajar y barajarse en la pantalla grande, cómo vivir untado de la sustancia que ancla retinas y mantiene vivas las entrañas de los deseos. A veces tuve la predicción de estar leyendo una especie de autobiografía, pero nada, cualquier señalética sobre un libro, no son más que caprichosas subjetividades, y una forma de sostener discursos de sentido insignificantes. Vivir la lectura, de modo pasional y sin ningún interés máxime el de disfrutar las letras, se convierte en un encanto, y en un privilegio, que debiéramos de defender. Es un modo de la resistencia el ser lector, como lo dice el escritor Ángel Galeano, en su libro las siete muertes del lector.


Empezaré diciendo, que de los libros que le conozco a su autor, recordando los cuentos que ha publicado en compilaciones y la novela de El guionista, así como sus reseñas de cine para tres pm, o sus artículos sobre cine; esta forma de contar historias en Mis películas favoritas, como el Pipicasso (el artista que quiere hacer un Che con su pene en una universidad), o el celador del prestigioso negocio de mujeres al frente del cine club, o la magia de advertir amores tras el rollo de la máquina de proyectar y hacer ilusiones. La posibilidad de que el mundo fragüe sus conspiraciones en uno, con lo que pasa en pantalla y de repente en la vida detrás del telón o esas insinuaciones que se viven en el mundo universitario, sus historias me han surtido un efecto de impresión, como lo llamaba Poe, cuando se refería al hecho de rotular cuándo un cuento había sido bien desarrollado. Sus tramas de esa calle, en la hoy en día se venden colchones, de una universidad que pasó de 1500 a estudiantes a 18 mil, la forma de uno encerrarse e ir a estar preso de imágenes en movimiento, todo eso que ya fue y ahora se resignificó, me han dado una gran nostalgia.



Pero me sacudo y aplaudo que el gesto de retener pasajes de unos lustros que ya fueron. Al leer los cuentos nos desplazamos hacia ese sitio ya mítico y emblemático, de un cine club, que fue sala de proyección, lugar de exposiciones, cafetería y bar, y sitio para enriquecer la cultura. Entonces volvemos al pasado y nos estremecemos, tal vez, los cuentos nos hacen sentir testigos de unos momentos, esos mismos donde hubo bríos y que la recordarlos nos ofrezcan alientos. Eso tampoco importa, aunque influye, porque de sorpresas y saltos, de ritmos y ambientes, de personajes extraños y corrientes y unos que son inclasificables, se ha edificado este libro. Uno que ya debe ser dispuesto como referente para quienes gozan con el placer de lo estético y con esos que divagan por ahí en busca de situaciones que muestren variantes del vivir. Es un libro para saber más de cine, pero en cualquier caso, para divertirse. Yo lo he hecho, soy portador de sus efectos; sus letras, su fuerza narrativa, le han dado una pieza a ese rompecabezas de la cultura, tan imprecisa e inclasificable, tan ambigua y rica, como la que se va construyendo en Pereira.

Mis películas favoritas, son desde luego, manifestaciones, expresiones vivas de un rollo que va más allá de un gran ojo, o de un desenfrenado giro en pantalla, constituye una butaca desde donde apreciar una secuencia del devenir de esta tierra, como también son historias universales para re-crearnos, no importa que nos invada la nostalgia, una variada gama de situaciones nos deleitan.

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